martes, 23 de enero de 2007

El viaje de Jota por el desierto en 2002

El siguiente relato describe el viaje de nuestro amigo "J" (cuando todavía era essaouira) por el desierto, atravesando el sahara occidental para llegar a Mauritania. El relato esta integramente copiado de un correo enviado en 2002 que guardo con mucho cariño.

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Queridos amigos, como muchos de vosotros me estáis llamando debido a la noticia publicada en una revista de 4x4 en la sección de breves, del viaje que realizé en solitario por el desierto durante tres meses, os voy a mandar un pequeño resumen que hice para una revista y que es posible que se publique (todavía no es seguro). Se lee rápido, de todas formas, si alguien quiere saber más del viaje, en la web del club (http://www.clubessaouira.com/) (nota mexcar: lamentablemente, actualmente no existe ya el sitio) está el diario detallado día a día. Si también queréis detalles técnicos, me podéis llamar o mandar un correo.

Un saludo y espero que os guste.

Atravesar Marruecos fue fácil. Es un país que conozco hace muchos años y en el que tengo muchos amigos, pero cuando dejé Assa por la pista balizada del Dakar de este año, todo cambió, el desierto se hizo más desierto y la soledad mayor todavía. Las grandes planicies parecían no acabar, crucé al Sáhara Occidental (país ocupado militarmente por Marruecos) por una eterna y arenosa llanura en la que solo había una acacia medio seca a modo de frontera. Llegué a Smara por el Saquía as Hamra, el oued más largo del país, y allí estuve conviviendo con unos pastores a los que ayudaba a llevar el rebaño de camellos por el desierto, compartiendo con ellos la dureza de sus vidas.
Por las noches, terriblemente frías, y reunidos en torno a una hoguera, me enseñaban, o por lo menos lo intentaban, los rudimentos del hasani. Estas veladas muy a mi pesar, no se prolongaban demasiado puesto que en el desierto la actividad empieza antes de que salga el sol.
Al abandonar Smara, tras 40 kms. de camino, los soldados no me dejaron pasar por la pista del Dakar, por lo que tuve que dar un gran rodeo desierto a través y cogerla mucho más adelante donde no hay ni camellos y desde donde "solo" 600 kms. me separaban de mi destino. Pero en ese mundo las distancias no se miden por kms., sino por jornadas. Allí, durante dos días, descubrí lo que significa la soledad. Sentí cosas muy diferentes a las que había sentido en viajes anteriores por el desierto de Marruecos en los que iba acompañado. Abandoné la pista que se dirigía hacia el Sur pues es zona muy minada y de fuerte presencia militar y puse rumbo a Dakhla circulando por el desierto sin más, evitando las montañas y zonas de dunas. En ese momento, una avería del coche, significa una sentencia, pero uno no piensa en eso en un paraje semejante. Las cosas allí adquieren otra dimensión, otros valores.
Normalmente montaba el campamento a media tarde. A esa hora comenzaba a refrescar así que calentaba agua para ducharme y luego me tenía que poner un jersey gordo. A la cama de la tienda le tuve que poner dos mantas y un edredón para combatir los rigores del frío nocturno del desierto. Al ir avanzando la oscuridad, el silencio parecía intensificarse y llegaba a ser tan abrumador que me obligaba a poner música clásica a tope para no sentirlo.
Ya no es necesario llegar hasta Dakhla para salir con el convoy hasta Mauritania, pues han hecho una carretera que lleva directamente hasta la frontera. El contraste de la aduana mauritana con la marroquí es increíble. Allí se acaba la carretera y también la civilización. Tras pasar los lentos controles burocráticos mauritanos, se circula por un arenoso camino entre dunas que impiden la vista del océano y en el cual es normal ver de vez en cuando a alguna furgoneta cargada hasta los topes, atascada en la arena.
Estuve en Nouâdhibou una mañana, haciendo unas compras y sacando el seguro del coche. Cuando salí de allí hizo su aparición la arena en grandes cantidades, y al cruzar una zona de enormes dunas, en una de ellas se hundió el coche a media tarde. Por allí no pasa nadie, el high lift con la arena se ha atascado y no funciona, el viento no cesa de soplar, el coche sigue ahí empantanado, es de noche y de repente surgen el miedo y la angustia. Pero a la mañana siguiente, con todo el día por delante, con luz, más tranquilidad y a pesar de un viento que no cesaba de soplar y que te mete arena por todos sitios y después de arreglar el gato y cavar durante horas conseguí por fin salir del atolladero. El "camino" dejaba atrás las dunas y daba paso a las piedras, nunca había visto tantas piedras juntas, así por lo menos el coche no se hundía. La arena volvió a hacer su aparición y en más cantidad. Circulaba en segunda reductora y con las presiones a 0.6 y al coche le costaba muchísimo pasar las dunas, la arena estaba muy blanda. En mil ocasiones el coche se quedaba casi hundido y en el último momento salía. Cuando ya de noche se acabó la arena y llegué a la playa no me lo creía y lo celebré con una buena cena con vino incluido. A la mañana siguiente llegué a Manghar en el que hay un parque nacional de animales y aves marinas y donde entre otras, pueden verse una infinidad de pelícanos, delfines y peces globo.
Los cientos de kms que faltan para llegar a Nouakchott, la capital, se efectúan íntegramente al borde del mar. Es una maravilla circular con las olas al lado del coche. Hay que estar atentos a las mareas de las que te informan en la oficina del parque cuando pagas las tasas. En esta zona en la que ya se puede ir bastante rápido, se ven cientos y cientos de aves acuáticas que parecen que van a estrellarse contra el coche y muchísimos cangrejos corriendo por la playa que hacen frenar la marcha para no aplastarlos. Empiezan a verse coches cargados hasta la bandera y con diez o doce personas en lo alto que, desde los poblados de pescadores con grandes barcas multicolores en forma de plátano y a los que, por muy poco dinero, se puede comprar pescado recién sacado del mar y muy bueno, se dirigen a la capital.
En Nouakchott, sin embargo, no hay nada interesante que ver aunque los grandes mercados de la ciudad si merecen una visita. La mayoría de las chicas que se ven son verdaderamente guapas. Los taxis allí son R-4 y los modernos R-12, conducen fatal y en los semáforos, aunque esté en rojo, te pitan para que pases. Sólo están asfaltadas las calles principales y los arrabales de la ciudad están invadidos por dunas así que prácticamente todos los días las excavadoras tienen que quitar la arena de la carretera que lleva a la frontera con Senegal y allí vuelta a empezar, mejor dicho, vuelta a pagar. Hay que pagar por todo. Se paga por cruzar el puente, se paga por salir, se paga por entrar, se paga, se paga. Pero en cualquier caso es mejor pasar por aquí, N´diago, que por Rosso, pues por allí hay muchísimos coches y mucho follón. Yo fui por una pista que me costó mucho encontrar, hacia kur Massane. Gradualmente la arena fue desapareciendo dando paso a grandes bosques y lagunas. De vez en cuando se puede ver monos enormes y otros animales salvajes. Seguí hasta N´diago para cruzar tranquilamente a Senegal. En este país también hay que sacar un seguro para el coche pero lo puedes sacar en la frontera misma y a su precio real. Desde allí, por una pista se va hasta la carretera y por ella llegas a San Luis. En cualquier ciudad de Senegal la policía está muy corrupta, te multan por nada pidiendo mucho dinero. Mientras, se han quedado con el permiso de conducir, y te dicen que si van a la comisaría a comprobar los datos tardarán muchos días, pero lo que hay que decirles es que si que quieres ir a comisaría, que no te importa esperar días y diciendo eso y con 5.000 cefas solucionas el problema, pero si no, te llegan a pedir más de 50 dólares. Si un policía ve que estás pagando una "multa" a otro, se acercará para pedirte también dinero para él, el descaro que tienen es increíble.
Las gasolineras en este país son como las del nuestro, muy grandes y en sus tiendas encuentras de todo e incluso cualquier tipo de bebidas muy frías o con alcohol. Las hay de marcas conocidas que suelen ser las más grandes y muchas de marcas desconocidas, en casi todas tienen engrase lavado. Lavar el coche suele costar unas 2.000 cefas aproximadamente. Aquí, en Mauritania y Marruecos, pues en el Sáhara no había de esta marca, usaba siempre las de Total pues además de ser de mejor calidad, siempre tienen gasolina sin plomo
Los ciento cincuenta kms. que separan San Luis de Dakar se recorren también por el borde del mar y si la marea está alta por la mañana, se tarda dos días en llegar. Dakar es una enorme y "civilizada" ciudad, con pequeños rascacielos, mucha gente, con coches más modernos que en Mauritania, atascos como en Madrid, pero más entretenidos pues hay montones de vendedores que pasan mientras se está parado ofreciendo las cosas más diversas: pescado, fruta, fundas de móvil, relojes de cocina, galletas. periódicos. Después de tantos días durmiendo en la tienda que llevo encima en el coche, como premio por haber conseguido llegar, decidí ir a un buen hotel que me costó caro y encima no tenía agua caliente, eso si, las vistas desde la habitación eran preciosas. Ya que estaba en Senegal, decidí visitar un poco el país y me fui a la reserva nacional de Nionkolo koba y por sus bosques, en los que se podían ver gran cantidad de enormes baobabs y muchísimos termiteros más altos que el coche, y polvorientos caminos llenos de animales salvajes, (búfalos, facoceros, monos muy grandes, hipopótamos, etc.) llegué muy cerca de la frontera con Mali y Guinea donde di la vuelta. En uno de los caminos medio tapado por la vegetación tuve que cruzar un ancho río por un puente de troncos hasta la mitad que resistió perfectamente el peso del coche aunque las ruedas casi no cabían dentro del puente. Me costó pasar porque no tenía nadie que me indicara. La otra mitad que no tenía puente tuve que pasarla con el cabrestante. En esta parte de África, los pequeños poblados que había en medio de los frondosos bosques, eran como en las películas de Tarzán: construidos de adobe en forma circular y con techo de paja y sus habitantes completamente negros y medio desnudos pero muy amables.
Regresé a Dakar y estuve en casa de Charly que tiene una empresa de rutas en moto y que es amigo de mi patrocinador. Emprendí el regreso a casa volviendo de nuevo por la playa para disfrutar de las olas y hacerles algunas fotos desde el coche. De repente, cuando circulaba por la orilla, una ola gigantesca, que no vi venir, pasó por encima (logré hacerle una foto) y me inundó el vehículo completamente. Al retirarse, tiró del coche hacia el mar y durante unos segundos angustiosos creí que nos quedábamos. Gracias a la reductora logré salir de allí antes de que pudiese venir otra ola y todo quedó en un remojón y un buen susto. Una vez hube pasado la frontera con Mauritania, con el consiguiente chorreo de dinero, me dirigí, por una buena pista, a Rosso para coger la pista que se dirige hacia Aleg. No eran grandes dunas, pero había tramos enormes de muchísima arena en la que había que bajar un poco la presión de las ruedas para poder circular. Fue precisamente aquí cuando el coche me dio el primer problema, se quedó frenado todo el rato y parecía qué no tenía fuerza, primero pensé que se había roto el motor, pero al notar lo calientes que estaban las llantas me di cuenta de cual era la complicación. Para andar tenía que acelerar mucho más y con la cantidad de arena que había, circulando en reductora el consumo se disparó a 28 l. Creí que no llegaba, era angustioso, pero llegué por los pelos, casi por inercia a la gasolinera de Aleg. Desde allí me fui por carretera hasta Tidjikja (menos unos cien kms. de pista por el desierto con muchos camellos hasta Moudjeria). Si hasta ahora creía haber visto arena, no había visto nada. Cientos de kms por oueds de arena en la que para no hundirme tenía que bajar bastante la presión de las ruedas, y otros cientos por mares de dunas en las que el coche se hundía hasta los ejes y donde solo se veían dunas y más dunas, sin vestigios de caminos, ni rodadas ni nada, solo algún que otro coche del Dakar abandonado, alguna acacia medio seca y donde no había arena había piedras, montones de piedras que me hacían circular lentamente. Lo que se siente en esos momentos únicamente lo sabe el que ha estado allí y si encima estás completamente solo esa sensación se multiplica por diez. Tardé casi cinco días en hacer los 600 kms. que me separaban de Chinguetti hundiéndome y volviendo a hundir casi constantemente en dunas de las que salir resultaba un calvario. Cuando llegué a Chinguetti, harto ya de tanta arena, me entró una euforia enorme. En mi vida me había sentido tan desesperado pensando más de una vez que no salía de allí, ni había cavado tanto, ni había tragado más tierra, ni había odiado a un viento que lanzaba la arena como si miles de alfileres empezasen a volar atacándome sin piedad.
De Chinguetti me dirigí a Ouadâne, un pequeño pueblo del desierto con unas ruinas muy bonitas por una pista buenísima y sin arena, lo que para variar fue un alivio. Pensando que por allí llegaría hasta el cráter de Guelb er Rîchât, continué la ruta cuando de repente la pista desapareció y empezó otra vez el martirio de las dunas. Como aquello tenía visos de durar bastante, hice un cálculo rápido del gasoil que estaba gastando y del dinero que me quedaba y ante la evidencia de mí precariedad no tuve más remedio, muy a mi pesar, que emprender el camino de vuelta sin ver el famoso cráter. Más tarde pude comprobar que había optado por la solución correcta. Llegué por la pista buena a Atar y desde allí me dirigí hacia Choum por el desierto, cuando, después de haber pasado Azougui, en medio de la nada, el coche se paró y no hubo forma de arrancarlo. Me temblaban los pies y casi me pongo enfermo, pero de repente apareció un toyota hdj 100, se paró y se bajó un señor muy bien vestido. Le dije que no arrancaba, me pidió un cable y haciendo un puente me arrancó el coche a la primera. Os podéis imaginar mi alegría. Me dio una tarjeta y resulta que era el director general de la empresa de accesorios eléctricos para coches más importante de Mauritania. Como circulaba despacio, se me hizo de noche antes de llegar a Choum. Paré no muy lejos de la pista y volví a arrancar el coche para cerciorarme que al día siguiente no iba a tener problemas y poder dormir así sin preocupaciones. Pero al día siguiente, cuando salió el sol y me puse en marcha, no pude arrancarlo. Intenté hacer lo mismo que el señor que me había ayudado el día anterior y no funcionó. A lo lejos divisé un coche lleno de gente, les hice señas, me vieron y se acercaron. Todo el mundo se bajó. Mientras las señoras tocaban todos los artilugios del coche, los chicos intentaban dar con el motivo de la avería. Les regalé una caja de galletas y, con eso, las señoras y los niños dejaron de toquetear el coche y se estuvieron quietos por fin. Los mecánicos, como era de prever, no dieron con la avería pero, sin embargo, lo empujaron al tirón y arrancó En Choum, unos del Frente Polisario me arreglaron el problema eléctrico y pude continuar siguiendo la vía del tren unos 500 km hasta llegar a Nouâdhibou a donde llegué sin que el coche frenara en absoluto pues había perdido todo el líquido de frenos y sin embargo una rueda de atrás iba muy frenada y la llanta se calentaba una salvajada. Por no llevar frenos estuve a punto de caerme desde una duna muy alta pues no vi que se cortaba al llegar arriba y al frenar el coche no paró, pero me dio tiempo a dar un volantazo y pasar por los pelos el borde. En el desierto, las dunas, cuando son blancas, reflejan tanta luz que no se puede diferenciar su contorno.
El coche se quedó varios días en el taller en Nouâdhibou más por la lentitud de los mecánicos que por la avería. Mientras, yo hacía turismo y amigos (sobre todo saharauis del Frente Polisario, pues desde la paz de este país con el Sahara Occidental, viven muchos aquí) por la ciudad en la que permanecí casi una semana. Esta zona tiene unas playas muy bonitas donde como en toda la costa africana se puede comprar un pescado riquísimo a un precio de risa y que cocinaba a la plancha con ajito y perejil que me había traído desde Madrid.
No me quedé más tiempo porque en los bancos de Mauritania no puedes usar la tarjeta de crédito y al ir bastante corto de dinero tuve que optar por levar anclas.
Abandoné Mauritania con tristeza, pero en cuanto volví a coger una pista en el Sáhara Occidental se me pasó. Era una pista del Dakar y en dos días y medio llegué a Smara. Allí había conocido en el viaje anterior a Barka, una encantadora persona, dirigente político del Frente Polisario que Marruecos encarceló durante diez años y que ahora se dedica a los negocios y a sus rebaños de camellos Me quedé con él dos semanas en las que hice muchas amistades de ambos sexos y viajé por el desierto con unos camelleros compartiendo otra vez su dura vida por unos días. Mis amigos se entristecieron mucho cuando me fui de allí. Me dirigí al Este por caminos casi olvidados y antiguos escenarios de la guerra del Sáhara con Marruecos, pasando algunos puestos militares todavía con tanques, hasta llegar a Al-Mahbas y de allí, por carretera subí a Zag y al poco de pasarlo me fui por el desierto otra vez hasta Tamtam. En total me hice casi mil km. sin repostar. Curiosamente, en el desierto encontré barro. No había llovido durante diez años pero durante mi estancia llovió muchísimo y los oueds se llenaron otra vez. Había que tener cuidado con las dunas pequeñas que se hundían al pasar el coche y te tragaban entre barro, arena y agua. Los camellos, gracias a su instinto, nunca las pisan pero yo, al salirme de un camino, me metí en una, con tan buena suerte que solo se hundió una rueda delantera, pero dando marcha atrás y con algo de esfuerzo logré zafarme y el coche salió.
En realidad, aunque yo siguiese hacia Zagora para ver a mis amigos y reparar el coche que había acumulado un sinfín de pequeños problemas, el gran viaje había terminado. Casi tres meses y 15.000 kms. me separaban del primer día en el que con gran emoción empecé a rodar por la maravillosa e inolvidable tierra africana.

En la frontera mauritana hay que pagar 2000 ouguillas en la policía y otras tantas en la gendarmería royal. La documentación que hay que presentar es el visado que se pide en Madrid en la embajada de Mauritania en la calle Velázquez 90 y cuesta 53 €, tardan una semana en tramitarlo. Y la documentación del coche. Es obligatorio que te saques un seguro para el coche, pero lo sacas en Nouâdhibou. que viene a costar unas 4000 ouguillas para 10 días, puedes aprovechar para cambiar dinero. Un buen contacto allí para todo eso, incluyendo reservas de hoteles, es Mohamed Artouro, que además habla español. Móvil: 00222 636 71 30. Email: artouro@caramail.com y si necesitáis guía os puede proporcionar los mejores a buenos precios.
Mi agradecimiento a la tienda Ser 4x4 que patrocinó las ruedas y el material necesario para esta expedición.

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